viernes, 28 de septiembre de 2012

¿Esto es un regalo?



¿Qué haces cuando recibes un regalo que no te gusta?

a) Con una sonrisa un tanto idiotizada agradeces enormemente el detalle.
b) Tiras el regalo y a su portador/ra por el hueco del ascensor
c) Se lo endosas a tus suegros
d) Lo devuelves a la primera oportunidad de cambio
e) Sacas al perro o al gato para que dé cuenta del regalo y de paso al/la que lo ha traído
f) Te lo quedas y al día siguiente lo subastas en ebay
g) Unilateralmente rompes relaciones diplomáticas con el/la interfecto/a que ha tenido la poca delicadeza de no saber tus gustos.

Situaciones cotidianas; vamos, de todos los días y aún así, como humanos que somos –algunos más, otros menos- seguimos esperando el regalo perfecto, aquel que no nos haga decir eso de “Sí, si me gusta mucho y está muy bien, pero….” ¿Pero??, ¿Cómo que pero? ¿Tú sabes la de tiempo que me he tirado buscándolo? ¿La de tiendas que he recorrido? ¿La de atascos que me he chupado?... Y llega esa alegre trifulca. Y lo que pretendía ser un momento feliz, se convierte en un regalo volador. “Y te has quedado sin postre, que lo sepas”.

Sin embargo siempre nos gusta justificarnos alegando que lo importante es el detalle. ¿De verdad?  ¡Caramba con el detalle! Bonito eufemismo. Seamos sinceros, el detalle es importante, por supuesto; pero imaginemos por un momento que el famoso detalle consiste en un jarrón de color verde periquito o en unas pantuflas con ruedas o por qué no, en un bolso marca “Loebe”. Creo que en estos casos el mejor detalle hubiese sido no regalarlo.

Los regalos nos identifican, hablan y dicen mucho de nuestra forma de ser. No solo se disfruta recibiendo un regalo sino también haciéndolo.  ¿Y si pensamos egoístamente y el detalle lo tenemos con nosotros mismos?, es decir, el autoregalo. Es una buena forma de introspección, de saber en qué consideración nos tenemos y cómo podemos valorar de paso el regalo que podemos hacer a los demás.

Parado/a en el escaparate de cualquier tienda, La Chinata de la calle Ibiza, por ejemplo, (¡Caramba!, qué casualidad. Me ha salido así, espontáneamente) valoras los productos allí expuestos. Mirada escrutadora, mano en el mentón. “Vaya, vaya, una oleoteca, curioso” “A ver, anda, si tienen patés; ese de boletus tiene que estar de muerte, uff y el de morcilla y piñones no te digo; y esos aceites condimentados, el de guindilla me lo llevo seguro; qué cantidad de vinagres y salsas y mermeladas; si está para llevarse la tienda entera”. “Pero bueno, si tienen hasta cosmética” “Esta tienda es una maravilla” (Entenderéis que esto no lo estoy diciendo yo, si no la persona que está contemplando el escaparate). Y llega el momento de cruzar el umbral de la puerta. Entras en otra dimensión, un mundo diferente. Variedad, calidad, originalidad. Te detienes en cada estantería. Cada producto es un “regalo” para la vista, para ti y para los demás. “Además tienen para degustar los aceites” “Umm, qué rico está el cupaje”. “Bueno, de momento para Mí (el autoregalo”) me voy a llevar esto, esto y lo otro, y para regalar, porque ¿preparáis para regalo?” “Por supuesto, mira, ¿te gusta así?” “Qué monada”. “De acuerdo, entonces para regalar esto, esto y esto otro”. 

Sales de la tienda, satisfecho/a, complacido/a con la ilusión de que vas a probar cosas novedosas y originales y que tu regalo (el famoso detalle), no va a salir volando por ninguna ventana.

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