viernes, 11 de octubre de 2013

La subjetividad de la belleza



Cuando visitamos una ciudad; cuando asistimos a una exposición de pintura, fotografía, escultura, etc.; Cuando vamos a una representación teatral, o vemos una película, las expresiones que nos vienen  a la mente para definir lo que estamos viendo van desde “Maravilloso, espectacular, increíble, acogedor, excelente, fascinante, hermoso, bello…” hasta “Horrible, inconcebible, bodrio, horrendo, payasada, deleznable, feo…”. Y lo mismo ocurre, más que nos pese, y aunque no sea lo políticamente correcto, con las personas. Por sí mismas las podemos definir como “bonitas, hermosas, guapas, atractivas…”, pero también, y eufemísticamente hablando como “Belleza singular, atractivo moderno, hermosura cúbica…” y si somos más drásticos y menos dados a la diplomacia como “Horrorosa, fea, tapón, innoble, desafiante…. Y otros apelativos que por su “crudeza” omitiré”. Y es que el ser humano es así; increíblemente solidario y empático para unas cosas e inconcebiblemente tirano y dañino para otras. Es cierto que hay unos patrones o cánones bastante generales en cuanto a considerar a una persona bonita o fea; pero a partir de ahí tenemos que echar mano de la subjetividad para poder definir taxativamente como guapa o fea a una persona.

Cuanto más cercana está a nosotros tendemos a considerarla más agraciada. Cuando no la conocemos, la primera impresión es la que va a reflejar nuestra definición de ella. Pero ¿de dónde han salido esos patrones que nos indican que alguien pos sí mismo es guapo o feo? ¿Quizá sea cultural? ¿Tal vez sea por moda? ¿O simplemente desde niños nos han inculcado erróneamente lo que resulta agradable y desagradable? Sea como fuere nunca seremos objetivos a la hora de valorar los atributos de alguien.

Y como veis, hasta este momento sólo estoy hablando del plano físico, que parece ser el más llamativo o más impactante a primera vista. No quisiera caer en el error de pensar que la “belleza interior” es la única y más digna que existe. Sería una quimera y además irreal por los cuatro costados, ya que quien más quien menos tiende a cuidarse físicamente, por lo menos para que su apariencia resulte lo más “normal” posible. Queremos mantenernos en un peso ideal, hacemos deporte, utilizamos cremas y cosmética, pasamos por el quirófano. Todo ello con una finalidad muy sencilla; encontrarnos hermosos y proyectar esa hermosura hacia los demás.

Pero como decía, lo bello es subjetivo. Ni todos somos iguales, ni todos reaccionamos de la misma forma ante determinados comportamientos o visiones. La belleza, según mi humilde consideración, es un compendio de actitudes, formas, comportamientos, estados, con un componente físico también considerable, pero no necesariamente esencial. Lo hermoso, lo bello, se puede encontrar en la simpleza en la forma de una piedra. Y eso, trasladado a las personas viene a decir que ni todo lo hermoso ha de ser alto, fornido, estilizado, delicado, y de formas proporcionadas, ni todo lo feo ha de ser rechoncho, brusco o de formas no reconocibles.

Lo más importante (creo) es pensar que el ser humano es maravilloso, que nos ha tocado estar aquí, en este mundo donde tenemos cabida todos y que con un poco de ilusión compartida podemos encontrar la mayoría de las cosas (y personas), por no decir todas, increíblemente hermosas.