Por su interés, y porque además mi hijo Guillero es el autor (Estudia el Grado de Ciencias y Letras de la Antigüedad), reproduzco un pequeño texto que presentó en una de sus asignaturas.
Confío en que os resulte tan ilustrativo y llamativo como a mí
“Prefiero los malvados a los imbéciles.
Aquéllos,
al menos, dejan algún respiro.”
(Alexandre
Dumas)
Madrid, 18 de julio de
1972.
Tras
la ayuda prestada por una misión arqueológica internacional para salvaguardar
monumentos egipcios durante la construcción de la presa de Asuán, el Gobierno
Egipcio, en señal de agradecimiento (entre otros factores), decide regalar a la
nación española el Templo de Debod, el más codiciado de entre todos los templos
salvados.
Estados
Unidos recibió el Templo de Dendur (actualmente en el Metropolitan Museum de
Nueva York), Italia el Templo de Ellesiya (actualmente en el Museo Egipcio de
Turín) y Holanda el Templo de Taffa (actualmente en el Rijksmuseum van Oudheden
de Leiden).
En
pleno centro de la capital, el más valorado de los templos se expone con
firmeza ante las precipitaciones y una contaminación “sustancialmente mejor que hace cuatro o cinco años” (Ana Botella,
2015). Sin embargo, éstos no son los únicos factores que debilitan la
supervivencia del templo, pues en los muros no sólo encontramos grabados
egipcios o romanos, sino que también es posible apreciar algún “Rafa y Jessy
4ever”. Además de la labor epigráfica, es necesario recordar que Plaza de
España es una “zona de fiesta”, hecho por el cual cada vez son más las personas
que en el templo se dan cita los fines de semana no para rendir culto a Amón e
Isis, sino a Dionisos, siendo inevitable que el comportamiento de dichas
personas produzca algún que otro deterioro en el templo.
Madrid, 23 de febrero
de 1981.
Esta
fecha, conocida por todos, afortunadamente quedó en un terrible susto para la
población. Desafortunadamente, fueron aniquilados los únicos testigos vivos de
lo que ocurrió durante más de un siglo en la cámara donde eran tomadas las
decisiones políticas de un país con Constitución. Las sillas isabelinas
utilizadas por los taquígrafos, destripadas por los golpistas, estaban
destinadas a convertirse en una pira funeraria; y aunque finalmente no llegara
a producirse la hoguera, la ignorancia consiguió acabar con las sillas, objetos
quizá no tan llamativos como un templo, pero de gran importancia histórica.
Borja (Zaragoza),
agosto de 2012.
Quizá
el Ecce Homo de Borja sea el ejemplo más llamativo de los expuestos, pero su inclusión
no pretende lamentar la pérdida de una obra, sino más bien evidenciar el
carácter que permite (e incluso fomenta) la destrucción del patrimonio en
España. Pues,
aunque no poseyera gran valor patrimonial, nada puede negar que no se hubiera
producido una intervención similar en una obra de mayor interés, porque lo que
aquí se pretende señalar es esa actitud genuinamente española de “¡esto lo
arreglo yo!”, actitud que este verano, en Galicia, ha convertido un dolmen en
una parada casi obligatoria para los héroes del domingo.
Asimismo,
a tanto llega el interés cultural de nuestra nación que, indagando en la
enciclopedia más utilizada por la misma (Google España, el oráculo del siglo
XXI), nos encontramos con que la primera página está plagada de referencias a
esta restauración (como que la restauradora se lucrará con el 49% de los
beneficios de marketing de su creación o que el fresco tendrá su propia ópera).
Únicamente una entrada hace referencia a la sentencia bíblica y, evidentemente,
la obra de Nietzsche parece haber desaparecido del registro. Tal es el poder
destructor patrimonial no ya en España, sino de España.
Con
estos ejemplos concluyo que, mientras no haya rentabilidad económica, no habrá
preocupación por el patrimonio, ni siquiera conciencia del mismo.
Todo
esto se debe a que el sentimiento histórico y la sensibilidad artística de los
actuales pueblos ibéricos no son más que las entrañas de un cadáver mal
constituido que apesta a pragmatismo y que, despreciando su pasado (aunque no
menos que su presente), sigue teniendo el arrojo de mendigar un suplemento de
futuro.
Guillermo Villanueva Alonso-Bernaola