Allá por el
mes de febrero cuando mi socia María José y yo decidimos emprender la tarea de abrir
una tienda de La Chinata, estaba casi seguro que de una u otra forma podría
resentirse mi relación familiar. Abrir un negocio, y más en los tiempos que
corren, resulta un cometido harto complicado. Son muchas horas dedicadas a él,
unos cuantos quebraderos de cabeza, y el pasar a la cesta del olvido los días
de descanso. Mañana, tarde y noche tienes la permanente sensación de que no
estás haciendo todo lo posible para que el proyecto en el que te has embarcado
salga adelante, aunque esto siempre viene compensado por saber que cuentas con
un producto de calidad y sobre todo por la relación, en muchos casos de amistad,
que estableces con las personas que se acercan a la tienda.
Por el
contrario, las horas que compartes con tu familia son limitadas. Pero he de
confesar que hasta ayer no fui realmente consciente de este hecho. Sucedió
durante la cena; mi hija, que está en plena etapa adolescente (3º de la ESO),
nos comentaba que podría suspender alguna asignatura; yo me quedé serio y
respondí con alguna frase no del todo afortunada, a lo que tanto ella como mi
hijo (2º de carrera), me dieron la contrarréplica (muy acertada, por cierto) de
preguntarme si era capaz de decirles de qué se habían examinado últimamente.
Salí, como suele decirse, por “peteneras” y mi hija, que aparte de ser muy
dicharachera, alegre y parlanchina también es muy explosiva y vehemente, se
enzarzó en unos argumentos que al final me obligaron a zanjar el asunto con un
castigo de por medio. Mi hijo, que es más pausado, reflexivo y reservado hizo
mutis, aunque pude ver en su expresión que estaba totalmente de acuerdo con su
hermana. Ya en la tranquilidad de la madrugada, cuando me encontraba solo en el
salón, recapacité fríamente sobre el asunto y sólo puede llegar a una conclusión:
tenían razón. En ocasiones los padres tenemos la insana costumbre de pensar que
todo lo que hacemos o decimos es palabra divina y minusvaloramos las opiniones
o los razonamientos de nuestros hijos. He de decir que me siento tremendamente
orgulloso de mis dos hijos; de su temperamento, de su voluntad, de sus logros,
de su forma de ser… Y encima les encantan los cupajes, el paté de boletus, las
rosquitas con aceitunas, el aceite condimentado de guindilla, las patatas fritas…
todo de La Chinata, el negocio en el que se ha aventurado su padre.
Es difícil
ser padre, aunque igual de difícil es ser hijo.