Nos gusta el
aceite. Nos gusta el pan. Nos gusta mojar pan en aceite. Así, como suena, sin
protocolos. Cuando estos dos productos son de calidad, se convierte en un
auténtico placer disfrutarlos al unísono.
Abrir una
botella de aceite comprobando su aroma con los ojos cerrados, llega a
trasladarnos a un sinfín de paraísos y las papilas gustativas, inevitablemente,
comienzan a segregar sin compasión; si a ello le sumamos el olor de un pan recién horneado nos rendimos
sin condición a sus exigencias, que son mínimas, tan solo que con un simple
gesto de la mano llevemos un trozo de pan hasta el aceite. Ahí es cuando se
nota la compatibilidad de ambos, la pasión del uno por el otro, la conexión perfecta.
Saboreamos, paladeamos, degustamos concentrándonos en el derroche de sensaciones.
Y llegan las exclamaciones. “Fantástico”, “maravilloso” “sensacional”, “Ummmmmm”…
no pudiendo evitar coger otro trozo de pan y seguir mojando. Al principio lo
hacemos con cuidado, casi con cursilería; índice y pulgar se aventuran con el
pan en el aceite, después tal es la pasión que ponemos, tal el deleite que
experimentamos, que se suman el resto de dedos llegando a aceitarse sin
remisión. Sin embargo no nos importa, incluso prácticamente ni lo notamos, ya
que estamos disfrutando al máximo, embelesados como estamos en disfrutar del
sabor.
Toma pan y
moja. Déjate llevar por el placer que supone disfrutar sin contemplaciones de
lo que la naturaleza nos ofrece.
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