Me gustaría
compartir con vosotros dos situaciones que me han ocurrido. Una reciente, la
otra, hace unos meses. De antemano os pido disculpas ya que quizá este no sea
el medio de hacerlo y más teniendo en cuenta que no contaré nada relacionado
con La Chinata.
La primera
de ellas sucedió hace escasos días.
Al salir de
una tienda de una calle céntrica de Madrid me llamó la atención una mujer de
unos 75 años que parada, totalmente estática, tenía la mirada clavada sobre la
acera; La observé durante unos segundos pensando que posiblemente no se
encontrase bien ya que contemplándola más de cerca advertí que en su ceja
derecha tenía una herida cosida con puntos así como también en su codo y su ojo
izquierdo inflamado y morado. Me iba a aproximar a ella cuando apareció una
persona más joven que se acercó a su lado y con un cariño extremo acariciándole
la mejilla le preguntó “¿quieres que nos vayamos ya, mamá?” La mujer no hizo
ningún movimiento, permaneció en la misma posición que yo la había visto
minutos antes. Con mucha paciencia su hija le volvió a realizar la misma
pregunta dos veces más, hasta que por fin y cogiéndola suavemente del brazo
consiguió que, dando un pequeño paso, ella comenzase a caminar. Aquella mujer “ya
no estaba”, posiblemente alguna maldita demencia le había obligado a abandonar
nuestra realidad.
La segunda
situación se produjo a finales del mes de diciembre del año pasado y me afecta
más personalmente.
El tío
carnal de mi mujer tuvo un derrame cerebral, cuya consecuencia, después de unos
días, fue su fallecimiento. Y digo que me afecta más personalmente porque,
tanto los tíos de mi mujer como sus hijos y nietos son, para nosotros, una
auténtica, maravillosa y excepcional familia. Tuve la “suerte” de comprobar el
cariño y la dedicación que le mostraron en sus últimos días; cariño que en vida
también le entregaron y que se supo granjear sin paliativos. Podría caer en el
error de manifestar que fue una persona increíble, cariñosa, espléndida,
generosa… ya que cuando alguien muere parece que todo son halagos. Y caeré, ya
que por lo menos para mí y mi familia así fue y creo no equivocarme al decir que
para el resto de las personas que tuvieron la suerte de conocerle, también
(siempre hay excepciones, si no la regla no se confirmaría). Pero, “ya no está”
Y lo
recuerdo ahora, especialmente, ya que se acercan las vacaciones de verano y
solíamos coincidir de una u otra forma en ese pueblo (casi perdido) del norte
de Burgos muy cerca de Cantabria donde se crió y le encantaba ir más adelante
en cualquier época del año. Tenía una auténtica pasión por ese lugar que logró
transmitir a sus descendientes. Era su válvula de escape, su reducto, su
fortaleza, su refugio y donde yo jamás le vi tener una mala cara. Una sonrisa
cuasi permanente le inundaba cuando se encontraba allí.
Y lo
recuerdo ahora porque mi mujer echará de menos esas interminables charlas
mañaneras que tenían frente a un café en la estación del tren.
Y lo
recuerdo ahora porque mis hijos echarán de menos aquellos chistes horribles que
contaba y el cariño que les tenía.
Y lo
recuerdo ahora porque ya no le podré decir la persona tan peculiar y fantástica
que me parecía y que creo que nunca le dije.
Y lo
recuerdo ahora porque su mujer, sus hijos, (y yernos y nueras), sus nietos lo
echarán muchísimo de menos estas primeras vacaciones estivales ya que su sola presencia parecía llenar huecos
inmensamente vacíos.
Aurelio,
estés donde estés, Te echaremos de menos.
Mari Carmen,
gracias, muchísimas gracias por ser como eres.
Un beso y
abrazo muy fuertes para todos aquellos que estuvieron (y están) con él.
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