En nuestro
país sigue muy arraigada la tradición de las procesiones de Semana Santa. Quizá
sea por su religiosidad, o tal vez por su impacto visual, o cómo no, porque son
días de asueto en los que poder disfrutar de unas merecidas aunque cortas
vacaciones. No me adentraré en disquisiciones sobre el asunto, porque como dijo
Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia”, así pues,
no entraré a criticar la vivencia que tiene cada cual de estos días.
Lo que sí me
parece curioso es el famoso cambio horario y cómo afecta anímicamente a las
personas.
Como sabéis,
este sábado se adelanta el reloj una hora; es decir, tenemos una hora menos
para disfrutar de ese sueño reparador del día a día. Pero no queda ahí la cosa.
Como somos animales de costumbres y además rutinarios, se producen
(afortunadamente) pequeños cambios en nuestro biorritmo. Alteraciones del
sueño, de la alimentación, del humor, de concentración… Pero no nos deprimamos,
son cambios que duran apenas unos días y todo vuelve a la “normalidad” hasta el
siguiente cambio de hora.
Pero
¿realmente es eficaz mover las agujas del reloj dos veces al año? Según a quién
le preguntemos te dirá sí o no; bueno o malo; eficiente o nefasto… La cuestión
es que los últimos afectados, como siempre, somos los sufridos ciudadanos; pero
como tenemos una capacidad asombrosa de adaptación a las nuevas circunstancias,
lo asumimos como algo “lógico” y a otra cosa.
Ya sabemos
que lo “natural”, a veces no lo es tanto, pero como diría aquél; “mientras no
me afecte a mí o a mi entorno, todo va bien”. ¿No será “Hora” de plantarse y
decir “hasta aquí hemos llegado”. Necesitamos un cambio y no precisamente de
hora. Ahí os dejo con esta pequeña reflexión para estos santos días de
vacaciones.
Recibid un
fuerte abrazo