Todavía
recuerdo las manualidades que en el día del padre nos obligaban a realizar en
el colegio. Algunas llevaban un trabajo endiablado, otras, sin embargo, por su
sencillez, eran las más socorridas a la hora de obtener una buena nota. Desde
las típicas postales con un corazón y un texto que decía “te quiero papá”, con
una letruja enorme e incomprensible, hasta los portalápices hechos con pinzas de
colgar la ropa (barnizadas y todo), pasando por un llavero enorme confeccionado
con madera y recubierto con fieltro en el que se incrustaba la inicial de
nuestro padre. Y es que padre no hay más que uno (o eso dicen), aunque como el
producto que todo lo repara los (nos) convertimos en 4 en 1. 1. El superhombre,
cuando somos infantes; el que es capaz de las más arriesgadas aventuras; el
héroe que nos salvará de brujas y dragones que acechan en nuestra habitación
por las noches. 2. El supercontrolador, cuando somos adolescentes; el que es
capaz de echar por tierra todos nuestros planes; el que nos fustiga verbalmente
diciendo “esto se hace así porque lo digo yo y que sepas que es por tu bien”. 3.
El super”out”, (el que está “fuera de juego”), cuando comenzamos nuestra edad
adulta; el que compromete nuestra libertad, el inquisidor de nuestras vidas; el
que no comprende nuestras decisiones. 4.
Y por último el superabuelo, con el que nos reconciliamos, el que nos aconseja
sabiamente, entre otras cosas porque es el que se ocupa de nuestros hijos. Y el
círculo se vuelve a completar. El ser humano es terriblemente previsible y
generación tras generación se cumplen los cánones anteriores. “Habemus papam”
o, en este caso, “Habemus Papá”. De cualquier forma un padre siempre es un
padre, y la sangre tira, y mucho. Al final siempre acabamos comprendiendo que
el amor de un padre es incondicional y la responsabilidad con sus hijos los
sitúa en un plano fuera de toda duda.
Tengo dos
hijos (y también un padre) e independientemente de lo que piensen de mí, el compromiso
que tengo con ellos alcanza cotas inimaginables. No sé si como padre he
cumplido (o cumplo) sus expectativas, pero lo que tengo absolutamente claro es
que estaré a su lado en cualquier situación en la que me necesiten.
A partir de
ahí, todo se sitúa en un plano relativo. Los regalos, los detalles, vendrían a
ser como una liga de segunda división; aunque a todos nos gusta, por supuesto,
que nos homenajeen con algún obsequio. Pero para ser sinceros, un abrazo o un
beso sentido es el mejor regalo que puede recibir un padre.
Feliz día
del padre.