
Cuando
visitamos una ciudad; cuando asistimos a una exposición de pintura, fotografía,
escultura, etc.; Cuando vamos a una representación teatral, o vemos una
película, las expresiones que nos vienen
a la mente para definir lo que estamos viendo van desde “Maravilloso,
espectacular, increíble, acogedor, excelente, fascinante, hermoso, bello…”
hasta “Horrible, inconcebible, bodrio, horrendo, payasada, deleznable, feo…”. Y
lo mismo ocurre, más que nos pese, y aunque no sea lo políticamente correcto,
con las personas. Por sí mismas las podemos definir como “bonitas, hermosas,
guapas, atractivas…”, pero también, y eufemísticamente hablando como “Belleza
singular, atractivo moderno, hermosura cúbica…” y si somos más drásticos y
menos dados a la diplomacia como “Horrorosa, fea, tapón, innoble, desafiante…. Y
otros apelativos que por su “crudeza” omitiré”. Y es que el ser humano es así;
increíblemente solidario y empático para unas cosas e inconcebiblemente tirano
y dañino para otras. Es cierto que hay unos patrones o cánones bastante
generales en cuanto a considerar a una persona bonita o fea; pero a partir de
ahí tenemos que echar mano de la subjetividad para poder definir taxativamente
como guapa o fea a una persona.
Cuanto más
cercana está a nosotros tendemos a considerarla más agraciada. Cuando no la
conocemos, la primera impresión es la que va a reflejar nuestra definición de
ella. Pero ¿de dónde han salido esos patrones que nos indican que alguien pos
sí mismo es guapo o feo? ¿Quizá sea cultural? ¿Tal vez sea por moda? ¿O simplemente
desde niños nos han inculcado erróneamente lo que resulta agradable y
desagradable? Sea como fuere nunca seremos objetivos a la hora de valorar los
atributos de alguien.
Y como veis,
hasta este momento sólo estoy hablando del plano físico, que parece ser el más
llamativo o más impactante a primera vista. No quisiera caer en el error de
pensar que la “belleza interior” es la única y más digna que existe. Sería una
quimera y además irreal por los cuatro costados, ya que quien más quien menos
tiende a cuidarse físicamente, por lo menos para que su apariencia resulte lo
más “normal” posible. Queremos mantenernos en un peso ideal, hacemos deporte, utilizamos
cremas y cosmética, pasamos por el quirófano. Todo ello con una finalidad muy
sencilla; encontrarnos hermosos y proyectar esa hermosura hacia los demás.
Pero como
decía, lo bello es subjetivo. Ni todos somos iguales, ni todos reaccionamos de
la misma forma ante determinados comportamientos o visiones. La belleza, según
mi humilde consideración, es un compendio de actitudes, formas,
comportamientos, estados, con un componente físico también considerable, pero
no necesariamente esencial. Lo hermoso, lo bello, se puede encontrar en la
simpleza en la forma de una piedra. Y eso, trasladado a las personas viene a
decir que ni todo lo hermoso ha de ser alto, fornido, estilizado, delicado, y
de formas proporcionadas, ni todo lo feo ha de ser rechoncho, brusco o de
formas no reconocibles.
Lo más
importante (creo) es pensar que el ser humano es maravilloso, que nos ha tocado
estar aquí, en este mundo donde tenemos cabida todos y que con un poco de
ilusión compartida podemos encontrar la mayoría de las cosas (y personas), por
no decir todas, increíblemente hermosas.